Desde hace diez años, Adolfo Corts comanda Sonidos de Rosario, un proyecto quijotesco cuya principal búsqueda es el registro sonoro de nuestra ciudad. Grabador encima, él y sus colaboradores recorren las calles, las instituciones, los espacios públicos y los privados, para luego compartir con la comunidad el material obtenido. En su plataforma virtual, recientemente renovada, pueden escucharse desde lecturas de textos de un escritor famoso hasta un auto frenando de golpe debido un bache inesperado.

 

Imágen: Adolfo Corts

“Muchas de las cosas que el mundo nos insinúa

han sido sacrificadas desde que automatizamos el oído”.

Tobias Wolff

 

El cajero automático larga un chillido robótico y agudo cada vez que pulsan una de sus teclas, luego se oye el seco sonido de los billetes expendidos. Desde el balcón de una obra en construcción, Córdoba al 1600, llega el canto de un hombre que se acompaña con un acordeón. Lo cumbia que ejecuta de a ratos se vuelve psicodélica y una nenita que pasa con su mamá pregunta, con sorpresa, de qué se trata tal cosa.

Allá por Fader y Rivarola dos hombres descargan bolsas de carbón que dan contra el suelo —pac……pac……pac……pac—. En Laprida y Arijón, las frenadas de los autos ante una loma de burro hacen saltar de aburrimiento a la tarde que comienza.

“Telecom informa que el cliente al que usted desea llamar posee sus líneas ocupadas…”, avisa el contestador en el living de una casa; mientras, en Francia al 5300 un hombre se acerca a otro y le dice: “Maestro, ¿un shorcito?”.

Cerca del casino, una sirena destroza el cielo ordenando la vuelta al trabajo —obra en construcción de escala enorme—. Por la radio de un taxi llega la noticia de una nueva muerte por gripe porcina.

“¿A cuánto tenés los crisantemos?”, pregunta una mujer en la puerta del cementerio La Piedad; en Edmundo Rivero al 8700 un coro de loros y cotorras al que un perro acompaña inunda el ambiente solo de a momentos —el ruido de los autos es continuo pero débil—.

Una mujer estalla en gritos en Cochabamba y Necochea. De todo lo que dice solo se entienden las palabras policía y choro, sin embargo, el tono de su voz no deja lugar a dudas: está desbordada y desesperada.

En un cabaret de mala muerte, un tema de Metallica que sale de una rockola es reemplazado por uno de Airbag, tras una pausa donde las voces de los concurrentes cobran protagonismo. En el baño de damas de la terminal de colectivos, el ruido de una puerta que se abre se mezcla con los altoparlantes que indican: “Atención; atención: la línea Flechabus anuncia su partido con destino a…”.

Alrededor la ciudad. Siempre la ciudad.

 

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Las escenas descriptas pertenecen a lo que fue el banco de sonidos de la página www.sonidosderosario.com.ar. La lista podría seguir, ya que el archivo contenía en total más de setecientos audios agrupados en categorías como Bares, Calles, Máquinas, Mensajes telefónicos, Organismos oficiales, Transportes, Centros de salud, Fiestas y Espacios públicos.

Si se los escuchaba atentamente, la expectativa crecía a la par de la expectación: había sonidos que difícilmente percibimos con atención de tan inmersos que están en nuestra vida de todos los días.

Hoy el proyecto se plantea reemplazar su tradicional banco de sonidos para empezar a proponer paisajes sonoros, es decir, se abandonan los audios de uno o dos minutos, que daban cuenta de momentos puntuales, por grabaciones largas que puedan manifestar un entorno con sus muchas variaciones.

Adolfo Corts, comandante en jefe y al mismo tiempo soldado raso de este proyecto enorme, me recibió en su casa para que podamos charlar tranquilos. Luego me mostró su audioteca, donde además de sus propios registros guarda grabaciones que le han ido enviando y hasta cintas de radio que digitalizó en estos años —no sé cuántos tracks contiene su computadora, pero si digo treinta mil es posible que no exagere—. Cuando llegué a la cita pactada, tenía la idea de hacer una nota aceptable para la revista. Cuando me fui, me desbordaba el entusiasmo de haber conocido a un tipo totalmente jugado por lo suyo.

 

El llamado de la necesidad

“Nuestra idea central era que no había en la ciudad ningún trabajo que hiciera un relevamiento de lo que sucedía a nivel sonoro; se podían ver fotografías y televisión, se escribía, se hacía algo de video, te hablo del 2001 y 2002. De audio solo existían registros individuales, entonces nos preguntábamos acerca de todo ese material que estaba dando vueltas: ¿por qué no se podía mostrar?, ¿por qué no se podía reproducir?”, dice Corts al comienzo de la entrevista.

“Nosotros grabamos, masterizamos un poco y subimos los audios a la web. La idea es cruzar los materiales, desde un principio jugábamos a los centros-extremos: ir de acá para allá, de los lugares de poder a los barrios que son económicamente pobres pero culturalmente ricos. Si nos podemos meter en la Bolsa de Comercio, nos metemos y grabamos; quizás después podemos grabar una manifestación de gente puteándolos. Pero a la hora de editar y subir el audio, no bardeamos el componente Bolsa de Comercio, sino que hacemos un rescate sonoro, porque lo loco del proyecto es tratar de escuchar lo que sucede. Pensarnos como comunidad escuchándonos. A esto sumale que Rosario no tiene un banco sonoro”.

 

 

La escucha después de la escucha

¿Qué diferencias existen entre el momento del registro y la escucha de la grabación?

Una cosa es lo que vos escuchás con tus orejitas, otra es cómo registra el grabador: por el viento, por su ubicación, por la distancia ante la fuente del sonido… A veces te encontrás con una cosa buenísima y cuando la reproducís no suena para nada bien y otras veces te pasa al revés.

¿Cómo trabajás la edición de lo que grabaste?

Hubo un recambio tecnológico: de grabar en cintas se pasó a grabar digitalmente. En el registro analógico, vos sí o sí tenías que re-escuchar lo que habías grabado, porque para digitalizar un audio tenías que volcarlo a la PC en tiempo real. Nuestro promedio de grabación es de una hora por día y durante seis años trabajamos así. Ahora grabás lo que tenés ganas, lo que entre en la tarjeta de memoria; el otro día en Buenos Aires grabé ocho horas. De la tarjeta paso el material a la máquina y para editar voy salpicando.

¿Te han sorprendido cosas que no escuchaste en el momento de hacer los registros que aparecieron después en las grabaciones?

Hace unos días dije: “Che, cómo suena esto, qué loco”. Había un auto estacionado muy sobre la esquina, y un colectivo dobló y se lo llevó puesto. Yo estaba ahí y dije: “Ma sí, grabo todo esto”. Registré esos cinco minutos que tardó el chofer en hacer los papeles del seguro. Cuando escuché la grabación dije: “Qué interesante cómo suena el motor y los celulares cruzándose”. Hace poco también grabé una boca de tormenta. Pensaba: ¿Cómo sonará en medio de la ciudad?”. Le puse el grabador cerca y fue muy interesante.

 

La calle y la pregunta por la Cosa

¿De qué manera se trabaja en la calle?

La contaminación de autos te hace todo una bola, por ahí decís: “Grabo siempre lo mismo”; es todo muy azaroso. La calle es un espectáculo donde suceden muchas cosas, la pegás o no la pegás. Vos estás parado como un gil durante veinte minutos y decís: “Acá no pasa nada” y por ahí aparece una puteada, una conversación, risas, dos tipos que se cagan a bollos. Pero vos no vas a la calle y decís: “Voy a este lugar y va a pasar esto”, por ahí hay miles de horas de grabación y no sucede nada.

Es interesante el azar como forma de trabajo. Porque es un azar circunstancial que se sostiene en un trabajo constante.

Un día voy al banco de Oroño y Salta. Entro y una señora dice: “Uy, qué cola que hay”, se queja, yo prendo el grabador y buuuuuuuuuuummmmmmm. Fue la explosión de Salta 2141. Eso fue azar. Los medios, en cambio, trabajan buscando el quilombo o creándolo. Si vas como cronista de radio o TV en busca de muertos por la ciudad seguramente vas a encontrar muchos. Se podría decir que hacemos sonoperiodismo, pero estamos alejados de lo que se cataloga como noticia; creo que la noticia podría ser otra cosa.

Contame un poco más de ese registro callejero…

El ABC de todos los que laburamos en el registro sonoro es la contemplación: pararse en un lugar con un grabador en la mano y contemplar lo que sucede, escuchar lo que se llama paisaje sonoro, que es todo lo que suena. Si no hay contemplación ni búsqueda, es difícil encontrar los atajos. ¿Qué habrá allá? ¿Qué pasa si me meto en esa callecita?

¿Qué es una escucha?

Es frenarte veinte minutos. Cortar con el celular, pararte en un lugar y meterte adentro del globo sonoro. Respirar por los oídos. Yo paro la máquina cuando voy a un cafetín, cuando voy a una plaza, cuando camino.

Para escuchar tenés que apagar tus propios problemas y ansiedades…

Y sí…Esto vendría a ser un formato anti-radial, y anti-televisivo, donde todo es hola-qué tal-chau.

 

Un quijote en la ciudad…

¿Qué balance hacés de estos años de laburo?

Si después de diez años vos me estás haciendo una nota y demostrás interés, y otro me dice: “Che, fijate que podés grabar tal cosa, creo que es muy positivo. Es positivo el lugar de creación y que haya una vuelta; y es positivo bancar el lugar de la escucha ahora que todo es imagen. Hay que patearla diez años…; se gasta bastante guita y el trabajo es mucho.

¿Cuánto dinero llevan invertido?

Guita de hoy no sé, entre equipos y traslados serán trescientos mil o cuatrocientos mil pesos, sin contar las tres o cuatro horas diarias que se destinan a laburar. Lo positivo es que se hizo, se mantuvo y se entendió bastante nuestra idea. En un momento pensé lograr un espacio físico, una fonoteca de Rosario. Iba por la calle y decía: “Qué bueno alquilar esta casa, si tengo unos mangos es mía”. Quería comprar una casa bien grande y montar un museo sonoro de Rosario, hasta que dije: “No, me voy fundir, no puedo; mis hijos no van a tener un plato de comida”. Pero es un espacio que falta. Si hay un lugar con fotos y otro con objetos, ¿por qué no uno con sonidos? Yo no me quejo, me la banco, pero pienso que hago un laburo que tendría que ser municipal.

¿Recordás algún hecho particular que te haya pasado en el momento de las grabaciones? ¿Algo significativo?

Estaba grabando el Paraná, en la barranca. Había tirado un cable hacia abajo con un micrófono que tenía un paraviento, todo muy armado, y cuando lo quiero levantar se me desprende y se me va.

 

Los nuevos desafíos 

Respecto a los cambios que se vienen en su web, Corts especifica: “El Banco de Sonidos va a desaparecer y vamos a inaugurar los Paisajes Sonoros, registros de hasta treinta minutos, algo que en la página casi no había. En el 2006, el proyecto nace con audios cortos. Grabábamos un rato largo pero nuestros recortes eran de un minuto más o menos, como si fueran audios de WhatsApp. También vamos a cobrar la descarga de sonidos. Es una cagada. Va a contrapelo de lo que pensamos al comienzo, pero hay que bancar esto. ¿Te interesa el audio? Colaborá. Si lo querés bajar depositá diez mangos. ¡Diez mangos! ¿A vos te parece mal?”.

La página también cuenta con las secciones Oído absoluto —Cassettes, Lecturas, Fútbol, Arte sonoro, etc.—, Espacio sonoro Argentina, Escuchar Santa Fe y Soy arte en calle.

Por otro lado, Corts desliza la posibilidad de crear, de alguna u otra manera, una fonoteca donde se pueda recibir y organizar una numerosa cantidad de grabaciones dispersas que hasta hoy perduran: “En los setenta salen los cassettes y ahí empieza a haber un registro de voces, de familias que se juntaban y le mandaban un saludo al abuelo que estaba en otro lado, por ejemplo. Con todo eso queremos armar una gran fonoteca. Hay de todo: hace poco nos llegó un registro de Radio Continental, de Alfonsín en los días previos al cierre de campaña; estábamos saliendo de la dictadura y sonaban las publicidades como si nada hubiese pasado —“Cómprese un televisor”—. Habían arrasado el país y la radio seguía transmitiendo esa cosa de felicidad… También tenemos una grabación que se hizo en La Rioja, un cassette que de un lado tiene registros sonoros del Padre Angelelli previos a su viaje a Roma, en donde se iba a juntar con Pablo Sexto, y del otro una edición de 17 minutos de un total que duraba 17 horas, en las cuales Angelelli registra sonoramente las comunidades de base”.

 

La música de las cosas 

Por Pedro Jozami, músico y compositor de la ciudad de Rosario.

Pongo mucho énfasis en escuchar los lugares: en una esquina podés escuchar la frenada de un colectivo, cerca del aeropuerto el vuelo de los aviones, en una plaza los pájaros. Si estás en 27 de Febrero y Juan Manuel de Rosas escuchás el tren, los autos que atraviesan el paso-nivel de las vías y por ahí percibís entonces el ruido de algún amortiguador un poco flojo. Muchas veces es más interesante escuchar eso que la música misma; a mí me gusta cuando se arman los embotellamientos y todos empiezan a tocar la bocina. Eso es una cosa increíble y hermosa. Según Charly García, esas bocinas están en si bemol. Pero si vos estás parado en un lugar y un auto la hace sonar, la percibís de forma muy extraña. La nota es siempre la misma, pero al alejarse el sonido va variando en el tiempo y en el espacio, entonces se crea una cosa muy interesante. Esta es una práctica que lleva su tiempo y la recomiendo muchísimo. Ayuda a encontrarse con uno y los demás. Muchas veces pienso que la música es una interferencia: se suma a los perros, al viento en el árbol y a los remos de un pescador sobre el río.