Betiana Tucio es una leyenda. También es una persona de carne, hueso y sangre. Se reconoce como la primera mujer trans operada de Argentina y cuenta que siempre vivió del trabajo sexual. En 1977 se escapó del país, acosada y perseguida por las fuerzas de seguridad. Otra vez en Rosario, tras vivir y trabajar en distintos lugares del mundo durante casi cuarenta años, habla de su adolescencia en los primeros años de la dictadura, de su exilio en Brasil, de sus operaciones y de los años que pasó en París, donde tuvo su mejor clientela. Llena de vida, reflexiona sobre su cuerpo como herramienta laboral, hecho político y construcción de la propia identidad.

 

Imágenes: Federico Tartufoli

 

Son las diez de una noche de invierno de 1977. Betiana y dos amigas están charlando en lo que era la plaza Pinasco —hoy Montenegro—. En el lugar se está construyendo la sede de prensa local del Mundial 78.

Se acercan cuatro gendarmes y un policía. Las agarran, las atan, las golpean, las tiran contra los ladrillos y los escombros. Las esconden, las desnudan y las violan. Entrada la madrugada las dejan a la intemperie, ensangrentadas.

A sus amigas les da miedo denunciar. Betiana está furiosa y lo quiere hacer igual. Con la ropa sucia, llena de sangre y con el cuerpo lastimado, busca a su madame para decirle lo que pasó.

Los uniformados son desplazados de su cargo y ella se convierte en una exiliada más de la Argentina de aquellos años.

Betiana Tucio ya se vestía de mujer y sus dos amigas “mariquitas”, como las nombra, también.

Betiana ya tenía la fama de ser la más linda de las travas.

 

La number one

Desde un equipo de radio viejo y enorme, ubicado debajo de la bacha del baño, suena Soy la cobra. Betiana entona el hit del momento, que retumba en el monoambiente donde vive con sus dos perros, ubicado en el barrio República de La Sexta. Soy la cobra que se cobra todo lo que hiciste, bebé, pensabas que era gratis lastimar. Betiana canta, improvisa una coreografía y se ríe.

Cuando se da cuenta de que arriba de la mesita de luz hay tres consoladores se ríe más fuerte. Con voz aguda grita “¡Qué vergüenza!” y corre a esconderlos. El olvido le causa gracia.Mira con complicidad a la cronista y dice “No lo pongas”. Después se arrepiente, dice que está “Todo bien”. Vuelve atrás: “Van a pensar que soy una vieja puta, ya no tengo treinta y cinco, tengo sesenta”. “¿Qué tiene de malo ser una vieja puta?”. “Nada —resopla ofendida—. Y si me quiero hacer una paja me la hago. Poné lo que quieras”.

 

 

Betiana Tucio es una leyenda. En el ambiente la conocen como la más linda: “No sabés lo que era de jovencita, paraba el tráfico”.

Conversar con ella es ir y venir en el tiempo. Entre los carnavales en los que bailó semidesnuda, en 1987, hasta las marchas del orgullo a las que hoy concurre, existe una línea de tiempo que Betiana reconstruye en oraciones que no tienen principio ni final.

Por momentos comanda la situación y por momentos se entrega a la entrevista. La acompaña una amiga trava, que ratifica cada uno de sus dichos. Le gusta que la miren y que la escuchen.

Si bien nunca militó y se muestra desinteresada por la política, le encanta ir a las marchas del orgullo. “Mi amor, cuando yo marcho salgo en carroza…. Si ahora me ves así, imaginate cuando marcho, imaginate un poquito”, desafía.

Dice que le gusta marchar sexy: “Me gustan esas marchas. Me siento guau, me siento miau, vos sabés. Me siento la number one“.

 

El cuerpo: un hecho político

Betiana sabe lo que es el orgullo. Le gusta su cuerpo y le gusta que su cuerpo sea objeto de deseo. Le encanta ir a las marchas.Se siente como se sintió en Río de Janeiro: “Libre, libre, libre”.Ama Río, lugar al que llegó tras escaparse de Argentina. Allá pasó los mejores años de su vida. “Los brasileros estaban veinte años más adelantados que los argentinos”.

Luego vivió en Chile, Francia, España, Italia y Suiza. Estuvo treinta y cinco años fuera del país. Dice que tiene alma gitana y que no se puede quejar porque viajó por todos lados.

Antes de irse no sabía qué era ser trans. Siempre se había sentido mujer. Se vestía “como mariquita” y a los quince empezó a tomar hormonas. En el barrio y en la escuela todos sabían quién era Betiana. En la policía también.

Su cuerpo y su presencia en la calle era en sí mismo un acto político. Un desafío a los cánones, expectativas y destinos de vida. Un motivo suficiente para meterla presa.

La primera vez que cayó tenía catorce. Su adolescencia transcurrió en una Rosario donde el clima represivo, como en el resto del país, se ponía cada vez más espeso. La detenían cada dos por tres. Cuando se la llevaban, la ubicaban en la cárcel común de hombres de Dorrego y Santa Fe. Ahí tenía que buscarse “un marido” que la protegiera de los abusos de los demás presos. Su detención más larga duró veintiocho días. “Ya era muy femenina, muy nenita. Me veían en la puerta de mi casa y me llevaban por mariquita”.

En cada una de sus detenciones la golpeaban, la abusaban y la humillaban.

Para que salga sus padres tenían que ir a buscarla.

Estaba asentada la dictaduracuando la violaron a ella y a sus compañeras. Betiana estaba de visita —ya vivía en Río de Janeiro— y este hecho definió su estadía en Brasil por tiempo indeterminado.

Sumadame tenía contacto con los militaresy se encargó de la situación:

“Los gendarmes no eran nada al lado de los milicos, y muchos de los militares fueron clientes míos. A los gendarmes los corrieron del cargo, pero yo tuve que borrarme porque me mataban”.

En 2018, tres años después de volver a Argentina, Betiana recibió la reparación histórica que el Estado santafesino otorgó a las mujeres trans que sufrieron el terrorismo estatal por su identidad de género. “Las rosarinas están siempre a la vanguardia en políticas públicas. Por eso estoy orgullosa de ser rosarina”. Betiana sabe de conquistas.

 

El cuerpo: construcción de identidad

Mañana quiero ser mujer, mañana quiero ser mujer, mañana quiero ser mujer”.

Todas las noches Betiana miraba el techo y pedía sus tres deseos. Al día siguiente se despertaba y todo seguía igual. El espejo no devolvía la imagen que esperaba. A los ocho empezó a vestirse de mujer a escondidas. A los treceya era una “mariquita”. La “mariquita” del barrio.

La Betiana que se fue de Argentina no es la misma que volvió: en el medio sucedieron las operaciones. De niña y adolescente pensaba que había nacido en un cuerpo equivocado y con el tiempo fue construyendo su cuerpo de mujer.

Su primera operación tuvo lugar en Chile, cuando tenía veintiún años: “Soy la primera mujer trans operada de Argentina, salí en un montón de tapas de revistas, nena”, expresa un poco ofendida por el desconocimiento de la cronista —una de ellas es la famosa Interviú, de alcance internacional y hasta hace poco en circulación—.

Hombres y mujeres se fascinaron por su figura escultural. Betiana lo cuenta con sorna y orgullo, jactándose de que su presencia nunca pasa desapercibida.Al referir anécdotas,siempre aclara si los demás —sean desconocidos o personas que forman parte de su intimidad—, al fijarse en ella, se dieron cuenta o no de las intervenciones en su cuerpo.

 

 

El cuerpo: herramienta laboral

Betiana siempre vivió de la prostitución. En Río de Janeiro tuvo los clientes más lindos y en París los más adinerados.

“Me gustaba trabajar con mi cuerpo porque ganaba bien. ¿El encuentro estaba bueno? Sí. ¿Tenía orgasmos? Sí. Prefiero tener orgasmos con clientes antes que con alguien con quien me acuesto gratis. Encima que la estoy pasando bien, me pagan”.

En abril de 1983 Betiana se bajó de un avión en París, donde vivió muchos años. En su primer día conoció a la que iba a ser su madama. “Vos no te vas a dormir, te vas a trabajar”.

“Sin hablar francés atendí a diecisiete clientes ese día, tengo todo grabado en la mente, no me olvido de ninguno”, confiesa.

“Buscaban chicas para la zona de Bois de Boulogne, buscaban a las mejores, y bueno, la mejor era yo. Trabajé en la mejor avenida, cerca de Champs-Élysées”.

El autobombo es su marca registrada.

“No te puedo decir cuáles fueron mis clientes rosarinos ni argentinos. Los de allá ya prescribieron, eran famosísimos”.Nombra a dos: Anthony Delon —hijo de Alain Delon— y Sting.

Antes de seguir toma una copa de vino. Dice que se tiene que soltar.

“Mi tiempo valía oro, mis clientes me ponían alfombra roja. Sting estaba muuuuuy bien, pero era insaciable”.

 

Ser trans

Los ochenta y los noventa Betiana los recuerda como sus años dorados. “Nos maquillábamos con fuego: mucho rímel, delineador y brillo. En ese momento se usaba el look Moria o Susana. A mí siempre me gustó más el de Susana, que aparte es un amor y me invitó a su programa”. A Moria también la conoció y por ella se deshace en suspiros: “Moria es un putón, un putón patrio”.

Betiana se reconoce como mujer, no como trans. Piensa que lo más lindo que puede tener una mujer es “una mentalidad trans”. Esa que tienen Moria y Susana. Esa que tienen también sus primas, sus primeras confidentes: las que siempre están. Tener mentalidad trans es tener una mente amplia y una boca sin filtro.

Su vida no se parece a la de la mayoría de las trans de Argentina: ella volvió todos los años que vivió afuera porque siempre tuvo una familia que la esperaba. Hablar de su papá es tocar su fibra íntima. No muchas travas pueden decir que contaron con su papá. Llora cuando lo nombra: “Él es mi orgullo. Me cuidó y me defendió siempre”. Recuerda un 31 de diciembre en que su padre reconoció ante toda la familia la identidad femenina de ella como la única posible.

En Argentina, las mujeres trans tienen una expectativa de vida de entre 35 y 40 años. Betiana es una sobreviviente.

 

 

“Basta, no me tires más la lengua”, dispara antes de seguir. Todavía no habló de sus amores ni desilusiones. Siempre le gustaron los hombres, tuvo dos grandes amores y nunca se enamoró de un cliente. Muestra fotos de sus novios, uno francés y otro chileno. Los parecidos saltan a la vista de inmediato. Ella mira las imágenes con ojos nostálgicos, con la ternura de las que no olvidan. A Betiana le gusta lo tradicional: tipos simpáticos y, sobre todo, caballeros. También le gusta que tengan manos lindas y una sonrisa, que no falte la sonrisa.

El primer novio lo tuvo a los quince. Miguel Ángel era la envidia de sus primas, que lo miraban embobadas. Él le llevaba más de diez años y los meses que estuvieron juntos pasearon por bares y restaurantes del centro rosarino. Si bien nunca se reencontraron, a ella no se le escapa nombrarlo en ninguna de las charlas.

Una tarde, Miguel Ángel propuso un nombre que le gustaba y que con el tiempo se convertiría en leyenda, ejemplo y contradicción: Betiana. Ella, a quien tanto le gusta gustar, no tuvo dudas: en ese momento nació Betiana.