Puede estar tocando con figuras como Charly García o en un bar/boliche cerca de la terminal para ganarse el pan. Durante años fue la única mujer que participó activamente en la escena del rock local. Tiene dos discos propios e infinidades de participaciones en discos de amigos y amigas que no dejan de invitarla. Hoy es bajista de Alto Guiso, actúa de forma solista y da clases de música y guitarra. Toda su trayectoria —su música y su actitud de nunca aflojar— es un intento de ir más allá, un camino luminoso abriéndose paso entre el gris de la rutina y la adversidad de las convenciones.

 

Imágenes: Maximiliano Conforti

 

El ingreso a la casa de Flor Croci es angosto y un poco incómodo. Se entra de a uno y con paciencia. A la izquierda de la puerta se puede ver un cuadro que funciona casi a modo de advertencia: colores vivos pintan de cuerpo entero a una chica en tetas y jean con un pañuelo verde al cuello; la calle es suya. La advertencia: en esta casa se milita. A la derecha asoma una habitación de techos bajos. La luz es tenue pero lo que pasa ahí, intenso. Es el lugar de los ensayos, de las clases de guitarra, de los encuentros con amigas y amigos a través de la música. Es la noche de un viernes frío y Flor Croci está cansada. Recién llega a su casa, salió a las nueve de la mañana y son las diez de la noche. Viene de probar sonido en Club 1518, donde va a tocar en una hora con Flor de Banda y Los Jardines Líquidos, sus dos proyectos solistas. Pero hay algo de su cansancio que responde a su lugar como protagonista histórica del rock local. La viene peleando hace rato. Es que Flor fue la primera en hacer muchas cosas en Rosario. En los 90 junto a sus hermanas Varinia y Paula fundó Cambio de hábito, la primera banda de chicas de la ciudad. Tenía dieciséis años y tocaba la guitarra y cantaba.

Una venganza motorizó un deseo que la llevó a ser algo de lo que es hoy. “Cuando era chica siempre quise tocar mejor que un hombre”, dice y se ríe. Unos años antes, Paula, su hermana mayor, tocaba el bajo en una banda integrada por hombres irrespetuosos que en una gira por Chile la dejaron varada allá. Tenía veinte años y Flor, catorce. “Viajamos a buscarla con mi mamá y yo juré que les iba a cortar la oreja a esos tipos porque ella era mi ídola”. Cuando fue creciendo, ese dolor la desafió: “Me prometí que iba a estar arriba de un escenario tocando, codeándome con hombres y que no iba a ser por mi linda carita. Siempre quise ser virtuosa, estudiar mucho para poder meterme ahí en ese mundo de machos del patriarcado del rock”.

Y así fue. Flor Croci es hoy una música respetada y reconocida de la ciudad, tanto por sus colegas, que la vieron arrancar con Cambio de hábito, como por las chicas y chicos que escuchan y bailan en las fiestas y recitales al ritmo de Alto Guiso, banda en la que toca el bajo. “Al principio quería tocar el acordeón”, cuenta entre risas Ani Books, cantante de Alto Guiso. “La invité a ella y a Sofi Pasquinelli a tocar en un evento y les dije que definieran entre ellas quién iba a tocar el bajo y quién la guitarra. Flor no dudó en hacerle lugar a Sofi para que fuera ella la guitarrista”. Ani habla con candor de su compañera y explica lo importante que es para Flor el cuidado de los vínculos como sustrato para la labor creativa. “Es una referenta para mí. Tomarse la música en serio, dedicarle tiempo, estudio, compromiso y energía creativa. Eso me enseña. Guisar hasta no parar”.

 

 

Aquí, allá y en todas partes

Es difícil imaginar a Flor Croci tranquila en su casa. Son las diez y media de la noche y después de una ducha rápida habla desde el baño mientras se corta el flequillo Stone. Sus músicos y amigos entran en escena. Vienen de Club 1518 y nadie sabe si tenían llave o si la puerta había quedado abierta y pasaron. Juan Flores y Adrián “Taka” Carlesso se acercan a la mesa ubicada en una sala de estar que tiene las paredes forradas de recortes de revistas que forman un collage enorme. En la casa de Flor se habla de música, del gobierno, se esquiva a los perros y gatos que conviven con ella y su hija Zoe. Es difícil no sentirse a gusto ahí. “Yo no soy de mirar a los ojos a las personas porque no siempre estoy dispuesto a ver lo que hay dentro del otro. Pero cuando conocí a Florencia y la miré a los ojos vi un poco de todas las miradas que había visto en mi vida. Vi amor, fuego, abismo y fuerza. Me llamó mucho la atención y por eso lo recuerdo como si fuera hoy”, dice su amigo y colaborador Ramón Merlo, otro de los integrantes de Los Jardines Líquidos. “Es su generosidad para con los chicos, los viejos, los locos y los marginados lo que la define por sobre todas las cosas”.

Es una noche especial. Como intérprete y guitarrista son cada vez menos los momentos en los que puede mostrar sus canciones. “Estoy tratando de que la música sea salud, voy con esa bandera que es necesaria en todos lados. El arte propio, la composición como medio de expresión, decir algo a través de la canción… es algo serio que le llega a todo el mundo. Quiero defender lo propio. Y también que la música no falte en ningún lado, ni en los barrios ni en el corazón de todos los niños, porque ya estoy vieja”.

Flor se ríe y entiende que le es imposible vivir en un mundo donde no se construya con otro. Acá, en esta vida y este escenario, el de Flor Croci, se milita.

 

Una heroína de la guitarra

Son las siete de la tarde y el Club 1518 está cerrado. Desde adentro se escuchan voces y risas. La prueba de sonido está a punto de arrancar. Es una fecha compartida con Ovnitorrincos, una banda amiga que tiene a Andrés “Polaco” Abramowski y José Ianniello a la cabeza. Flor toma mate y charla con una amiga que la acompaña. Un último amargo y al escenario. Su banda la espera lista. Ella se cuelga la guitarra y todo empieza a la cuenta de tres.

“No hay artista en Rosario con la voz de Flor y con su forma de tocar la guitarra”, asegura Juan Cruz Revello, periodista musical de la ciudad. “Ella sigue queriendo ser una guitar hero(ine) porque sabe y está segura de que la rompe. Desde el año pasado colabora con Fito Páez, que la invitó a cantar en su disco La ciudad liberada y en sus shows, y ella va y canta, pero lo que quiere hacer es tocar la guitarra. Y es que se lo merece. Todos sabemos lo que puede dar como guitarrista”.

“Como música admiro su versatilidad”, dice su amigo y músico Ramón Merlo. “Flor puede tocar música africana, rap, funk, rock, reggae… Es increíble. Además de su voz. Pero sobre todo lo que más admiro es su capacidad compositiva. Canciones como Tierra, Educación o Tratado de maltrato son maravillosas”.

 

 

No prefiero estar muerta

De nuevo a la calle, como todo el día. Por suerte, son solo algunas cuadras las que separan su casa de Club 1518. La pregunta aparece como algo inevitable: “¿Alguna vez dijiste: ‘Basta de esto’?”. “Por supuesto que me hinché las pelotas del rock. Y en ese momento me fui a Barcelona. Pero no solo me cansé del rock: es muy duro intentar vivir de la música. Yo siempre me las arreglé. Di clases de guitarra desde los dieciséis a gente que por ahí no sabía nada, en ese momento ya tocaba eléctrica”.

Hoy es diferente. Flor Croci puede decir que vive de la música. “Lo vivo feliz porque es algo que siempre quise y finalmente logré. Aunque a veces una solo sobrevive porque con este gobierno del orto estamos todos en la misma. Pero acá estoy. Grabando discos con muchos artistas y tocando en vivo. Produciendo el disco de una alumna. Los días de semana me voy al estudio hasta las doce de la noche. Tengo fechas con Los Bardos, después doy clases, después ensayo con mi banda y así”.

¿Cómo es un día en la vida de Flor Croci? ¿Quién sabe cuándo empieza y cuándo termina?

“El miércoles ensayo con las Guiso, después voy a participar de una intervención en la peatonal por el arte callejero y tengo también una reunión del Colectivo Mujeres Músicas que empezamos con Evelina Sanzo y hoy suma más de cuatrocientas mujeres. Todos los días son luchas interminables, luchas que tienen que ver con la música: se trata de que todos podamos estar mejor con esto, no solo yo. Porque eso es la música. Amor”.