Imagen: Chachi Verona

 

Tenía veinte años, me había quedado sin laburo y un conocido me hizo entrar de mozo en el bar del Mercado Central de Fisherton, donde paraban los productores y los puesteros a comer y escabiar. Ahora no es así pero en aquella época veías cada cosa… Te hablo de mitad de los setenta; los puesteros eran pobres, muy pobres algunos. Y lo primero que manda el patrón es que lo atienda al viejo Roque, un tano de sesenta años que a las siete de la mañana se llevaba su primera botella de ginebra y a las dos de la tarde la segunda.

“Lo de siempre”, me dijo Roque, tenía una voz más ronca que la mierda, no se le entendía un carajo. “Choripán”, me dice alguno por ahí, así que me pongo a prepararlo y veo que todos me empiezan a mirar, medio se cagan de risa.

Cuando se lo llevo abre los panes, levanta el chorizo, lo mira y lo deja caer en el plato con bronca. “¡Explíquenle al pibe!”, grita y me devuelve el plato. Yo no entendía si lo quería con mayonesa, más cocinado, la verdad, no entendía, encima todos se me reían. Entonces el patrón me lleva a la cocina, saca un chorizo crudo de la heladera, lo pone en un pan y me aclara: “Tomá, llevale esto, que Roque lo come así”.

Pensé que me seguían curtiendo, pero no. Roque se lo comió. Y te puedo asegurar que todos los días el viejo almorzaba un chorizo crudo, y así y todo, con las dos botellas de ginebra que se bajaba, vivió hasta los sesenta y ocho como un toro.

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Estaba de cocinero en Mate’o Bar, ahí en Córdoba y Cafferata. Se venía Navidad y de menú íbamos a servir lechón, así que encargamos unos cuantos un par de días antes; le hicimos el pedido a un carnicero conocido, un gordo que traía buena carne. El tipo vino, estacionó la chata en doble fila y empezó a descargar. Se ponía un lechón al hombro y me lo alcanzaba a mí, que lo esperaba en la puerta y lo llevaba hasta los freezers. Y en eso estábamos, cuando vemos que un flaquito en bicicleta se frena, agarra un lechón, lo apoya en el caño y arranca con toda, al toque, para el lado de Rioja, no te das una idea el equilibrio y la velocidad que tenía el de la bici. Quedamos de cara.

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La carnicería donde trabajaba el Ruso cerró, así que el dueño de La Yapa le dio laburo y lo dejó quedarse en una piecita que había atrás de todo. ¿Sabés lo que era ese lugar? Peñas y espectáculos toda la semana, y una carne de primera. El Ruso era mozo y comía cuando cerraban, podía servirse lo que quería y se empezó a volver loco con las achuras. Yo lo iba a visitar todos los mediodías y él siempre almorzaba chinchulines y tripa gorda, siempre. Un tomate era una ofensa para el loco. Así estuvo dos temporadas hasta que se agarró gota, tenía menos de veinticinco años y ya estaba cagado ¿Conocés a alguno de esa edad que haya tenido gota? Ahora tiene casi sesenta, anda bien, pero se tuvo que cuidar como un hijo de puta el animal.

 

Todos los testimonios fueron brindados por Marcelo, carnicero, mozo y cocinero durante décadas, hoy empleado de una financiera.