Imágenes: Pablo Feli

 

Yo no tengo nada santo. No hay virgen de los cadetes. No creo en nadie. No hay milagros en el asfalto.

Tengo lentes, que son las ventanas; tengo capucha, que es el techo; y tengo bolsillos, que son las habitaciones. Tengo que volver con el dinero, eso sí.

El trabajo de cadete en bici es singular. Más si es para una tintorería. Más si es en negro. Michael Jackson me dijeron una vez unos muchachos del barrio Jorge Cura. La preguntamás retardada que me hacen es si mis jefes son coreanos.Tengo una barba rala anterior a la tupidez hipster de las barberías de hoy, no sé si eso aplica… Me preguntan si vendo churros cuando me ven con la bici y el canasto adelante. Mis repuestas van desde la insolencia hasta el silencio luctuoso.

—¿Vendés churros o pan relleno?

— No, soy tintorero.

—¿El qué?

—Que llevo ropa, soy tintorero —abro el canasto de la bici.

***

Porno planear mi itinerario me he visto en medio de manifestaciones de taxistas. Gente que atenta abiertamente contra toda forma de vida que exceda los límites de su coche con polarizado berreta. Una vuelta que fui hasta Refinería con un canasto de ropa con forma cilíndrica,fui considerado un exotismo por un referente de los manifestantesqueme sometió a una chanza dirigida a sus compadres:

—¡¡¡Miren: este viene a tocar el bombo con nosotros!!!

Solo le dirigí una mirada con un lamento tácito.

Otra vez, uno que estaba estacionado optó por arrancar justo cuando me tenía a la par. No alcanzó a atropellarme, pero mi suerte no lo dejó muy tranquilo. Desde la vereda le dije:

—¿No usás los espejos? Vienen con el auto para usarlos.

—Mirá, no tenés razón, es simplemente una situación que se da. Ese trabajo que hacés yo lo hice un montón de tiempo.

Lo interrumpí:

—Y sobreviviste, se ve que hace cien años no había tantos taxistas.

Me miró ofendidísimo. La calle es así: hay que ser solemnemente hiriente. La calle es el paño más darwinista que he visto hasta aquí. El ciclista es la base de la pirámide del asfalto. Está obligado a armarse de una armadura moral.

Los colectiveros suelen ser buena onda. Exceptuando los que conducen la línea Q. Vaya uno a saber de qué casting de rechazados del servicio militar los sacaron. ¿Les afecta pasar el coche de electricidad a combustible o manejar un trole hecho por los comunistas? No sé, pero se sienten como exterminadores inmaculados y así se comportan.

Otra pandilla digna de mención son los que manejan utilitarios de proveeduría. Generalmente son dos. Uno baja dándole una patada sorpresa a la puerta, con un talonario de remitos y dos bolsitas de pan Fargo para panchos. El otro es un gordito pata corta, que cuenta chistes y se queda en la chata cuidando la guantera. Su trabajo los vuelve licenciosos y están listos para agarrarse a piñas.

¿Y qué dicen de los cadetes de motos? Usan pilchas que están llenas de marcas, logos e inscripciones.Es algo que los ayuda a vender el efecto de estar al mismo tiempo en dos lugares. Siempre andan en modo velocidad. Son los únicos que calzan zapatillas estilo“5ta a fondo” —un programa de televisión extinto— y hablan así: pin pan pun, que pin que pun, que pan que ta, que Play Station que fla, que olvidate, que ya sabé, que déjame pasar al baño a tomarme un pase. Van toqueteando el celu, hiriendo el silencio nocturno de una calle dormida con sus escapes cortados.

Párrafo aparte merecen los papás de los niños de escuela privada: es tan conmovedora la fe con que sus hijos reciben el evangelio, tanta la iluminación divina que sienten estos padres ejemplares. Nunca es uno solo, llenan la cuadra estos seres. Que Dios esté de tu parte si pasas al mediodía por la puerta de un colegio católico con la bici de reparto. Autos de marcas importadas. Madres rubias llamando a Juan Cruz, Tiziano y Candelaria, que corren dorados entre los coches con un globo de helio en la mano. Qué madres, sin embargo. Qué tetas, qué jeans. Piernas como vías férreas —quiero ser una estación en tu ramal, oh madre—.

***

—Las viejas que te llaman de un barrio que no aparece en los mapas para que les vayas a retirar una frazada rancia con meada de gato.

—Las viejas que pretenden que les firmes un remito improvisado por un par de cortinas grises que las protegen de la realidad.

—Los viejos soretes de Luis Agote que abren la puerta sin saludarte y llevan el celular pegado al único oído que aún les funciona.

—Los cirujanos plásticos de las torres Dolfines de Refinería que cubren con un glaseado de cordialidad su siniestro estilo de vida.

Siempre lo más absurdo aparece luego de una llamada de un lugar remoto. No tengo radio de cobertura, mi zona de influencia es la imaginación del cliente, llueva o granice.

Si tiene una alfombra persa que es físicamente imposible de transportar, tengo que atarla a la bici y volver jugándome la vida entre el tránsito. Si me llaman de un hotel para buscar dos camisas y cuando llego deciden darme seis toneladas de manteles, los tendré que llevar.Aunque ande con un canasto chico, aunque la CCC haya cortado la calle, aunque esté lloviendo ceniza volcánica y tenga palpitaciones.

Son los lujos de no tener aguinaldo, aportes, seguro ni obra social. Es la precarización hecha balada de fogón.

Un día encontré $9000 en una bolsa de ropa sucia y fui a devolvérselos a la piba que la había hecho porque me caía bien. La piba me abrazó, se largó a llorar y me dijo que era la plata del alquiler, me regaló dos brownies de chocolate y no llamó nunca más. Un sábado en que la llovizna se extendía como la cola del vestido de un fantasma sobre el barrio del cementerio y yo sentía que el clima aniquilaba todo proyecto para el fin de semana, un amigo me llamó al celular y me invitó a comer a su casa. Una señora me dio $50 de propina cuando $50 todavía alcanzaba para comprar un fernet grande: le decía “el Hada Madrina” porque lo hizo la primera y todas las veces que la visité.

Me acuerdo de mañanas donde me caía tanta lluvia encima que se me enfriaban los huesos y ya no tenía fuerzas para la tarde, solo me arrastraba hasta la cama y no me movía hasta el día siguiente. Me acuerdo de unos forros potentados que vivían en la loma del orto y nunca aflojaban un mango.Una mañana rescaté $300 en uno de sus jeans y me compré una campera que me encantaba tener puesta cuando me llamaban. Caía con una sonrisita, habrán pensado: “¿A este pelotudo qué le pasa?

Me acuerdo de mucho más, pero tal vez me estoy poniendo oscuro. Pensé en esto como mi versión de Taxi Driver de Martin Scorsese mezclado con Cartero de Charles Bukowski. Pensé que algo bueno tenía que contar y acá va. Antes de ser cadete trabajaba adentro del negocio, con los lavarropas y las máquinas, y me dediqué a leer. Entre el ciclo de lavado y el corte de las máquinas empezó el viaje de mi vida adulta por la literatura, a la que entendí como una forma de evasión de la realidad. En un patio constantemente inundado y bombardeado por el ruido de motores, leí desde Lovecraft hasta la historia de Titanes en el ring, desde cómics de Peter Bagge hasta entrevistas con Wes Anderson, desde Moby Dick y Huckleberry Finn hastaArtaud y Darwin.

***

Cuando me tocó salir, no sabía con qué me iba a encontrar.Daba por seguro que el tiempo para la lectura se había ido para siempre, sin sospechar que algo se agazapaba en ese sepia insulso que es la calle.

En las inmediaciones de las escuelas primarias y en los charcos junto acontainers de residuos encuentro lápices de colores. Lápices mordidos con el nombre del dueño escrito por sus padres. Lápices color manzana quebrados junto al cordón de la vereda. Lápices rojos entre restos inconexos de juguetes rotos.

Al verlos freno, sonrío y me los guardo en el bolsillo. Les limpio los restos de suciedad y cinta scotch con quita manchas, los dejo secar, les hablo mientras les prometo amor eterno, les saco punta, los pongo en uso, los devuelvo a su propósito realizando pequeños dibujos. Tengo cientos que se han ido acumulando con los años.

Ocurre algo más. Cada tanto elijo unos seis o siete de colores surtidos, los agrupo con una gomita y los dejo en el marco de una ventana. No quiero adjudicarme el mérito si es que alguna vez lo viste (es probable que otra gente haga lo mismo). Solo trato de cambiar la historia de esos lápicesolvidados, aún con potencial. Limpios y restaurados están listos para quien quiera hacerlos vivir el resto de sus días.

En esa acción solitaria y anónima (hasta este momento) escribo otra historia, cambio mi humor de asalariado explotado, pongo en pausa la ficha que saco del entorno, del inmundo trabajo que me toca. Afilo esta idea, catalogo y desentraño las mañas de los que obstaculizan mi viaje,y le saco punta a un lápiz dado por muerto.