Desde hace más de diez años Paulina Scheitlin retrata con sus fotos las calles que camina y los lugares que visita. En 2015 sacó La foto de los lunes y en el 2012 le publicaron El Centro, cuyas páginas hablan de esa otra ciudad que la ciudad esconde: comercios del centro de Rosario anclados a sí mismos, lejos de la constante renovación que la actualidad impone. Esta entrevista también sucede fuera del tiempo de la novedad: los libros, las fotos, las películas y las conversaciones que de verdad importan nos conmueven en cualquier momento y lugar, no tienen que ver con el circo de las primicias.

 

El centro de Paulina Scheitlin retrata bares, tintorerías, joyerías, minimarkets; comercios cuyo espíritu flota fuera del tiempo actual. Algunos ya no quedan y los que sobreviven permanecen iguales. A muchos los conocimos de adolescentes, cuando faltábamos a la escuela por la mañana o decidíamos quedarnos al pedo en la calle después del mediodía; vagábamos por el centro buscado sus secretos, sus atajos, alguna puerta abierta que nos explique la clave de la ciudad.

Comprábamos puchos en el minimarket de 3 de Febrero al fondo; al lado había una pensión en la que una noche entraron a robar y mataron a un viejo. Almorzábamos en ese barco aislado del mundo que es el Comedor Paraná —Rioja y Laprida—, donde viejos solitarios se encuentran y reconocen en el ritual de la mesa compartida. Tomábamos Gancia y Campari en ese bar extraño que queda en 3 de Febrero casi Buenos Aires, un lugar revestido en madera oscura, con pequeños neones que interrumpen en su parpadear la atmósfera siempre al borde de las sombras.

Algo de lo que buscábamos Scheitlin lo encontró y muchos años después nosotros encontramos su libro,compuesto de imágenes tomadas durante el 2008 y 2009 y publicado por la Editorial Municipal de Rosario en el 2012. Scheitlin es rosarina y nació en 1979; seguro nuestros rumbos se cruzaron más de una vez. En el bufet del Club Temperley, barrio La Sexta, conversamos por primera vez cuando grabamos esta entrevista,un lunes de lluvia igual a otros lunes de lluvia que hay en Rosario cada dos por tres.

—Trabajaba en una agencia de publicidad que queda en San Luis y Sarmiento, salía muy tarde y quemada, necesitaba descomprimir, me iba con la cámara adar vueltas —cuenta Scheitlin ni bien prendemos el grabador— . Un martes podía caminar hasta las dos, tres de la mañana. Hacía paradas en bares, no sabía para qué lado arrancar. Nunca dije “voy a buscar los lugares detenidos en el tiempo que hay en Rosario”.

Nuestras preguntas son reiterativas, parecidas entre sí. Queremos saber qué retrató,quizás porque nunca terminamos de revelar aquello que nos conmueve.

—Fotografié lugares que no se preocupaban mucho por lo estético. Los bares tenían una carta muy sencilla: café con leche, medialunas, a la noche porrón, y esa clientela habitual que se saluda con el mozo. Siempre me gustó ir a esos ambientes, sentarme y mirar, yo era ajena. Había cafés y había billares. Uno que cerró estaba por Sarmiento entre San Juan y San Luis, se llamaba “Rosario Billar Club”, era precioso.

 

 

—Bajaron la persiana y lo usan así, medio de canuto.

 —Pero nunca más vi que se abra y se cierre la puerta de calle. Aparte en la puerta estaba escrito el teléfono en tiza, y ahora no está. El otro día pasé porque quiero hacer unas fotos y no había nadie, si tienen el dato bienvenido.

—¿Por qué esos lugares?

 —Me gustan los lugares que tienen gestos de amor hacia determinadas cosas que fueron, me gusta entrar a un negocio y ver un almanaque de 1987 todavía colgado, y pensar que hay una persona que decidió dejarlo.Hay una historia ahí atrás. Me encanta que haya lugares que no tengan la necesidad de reinventarse y modernizarse todo el tiempo, una locura en la que hemos entrado ahora.

—Lugares en permanente peligro de extinción.

 —Hay una relojería que me encanta y que seguro en poco tiempo desaparece. La atienden dos viejas, queda por Maipú entre San Juan y Mendoza. Es una casa art decó que sobresale, te la chocás porque quedó fuera de la traza.

—¿Tuviste contacto con la gente retratada?

 —A algunos comercios volví y les llevé el libro. Si cerraron busqué al dueño para dárselo.

—Cuando sacabas las fotos,¿qué relación tenías con la gente?

 —Caminaba y muy de afuera miraba, muy voyeur, era todo como en trance, quería pasar desapercibida. No tengo muchas fotos tomadas desde adentro.

—¿Quién eras cuando sacabas la foto?

 —Salía de trabajar muy pasada y la mente se me descomprimía, quedaba en blanco, era un instante en donde no pensaba el para qué. No pensaba hacer un libro, era puro disfrute.

 —¿El libro vino después?

—Sí, fue una invitación. Junto con La noche de Luis Vignoli, fue de los primeros en salir en una colección que aún hoy sigue saliendo. En la edición partimos de cien fotos y llegamos a cuarenta y pico.

—Los lugares que hay en El centro parecen de otra ciudad, tu centro parece otro centro.

 —Son lugares que no están escondidos pero que pocos ven, llaman la atención cuando dejan de estar. Mi chico dice que Rosario tiene ánimos modernistas y siempre quiso renovarse; cuando encuentro lugares que se cagan en esa renovación, lo celebro.

—Después publicaste La foto de los lunes.

—Sí, lo tengo acá para que se lo manden a Lucía Rodríguez, que es parte de la revista. La ven seguido, ¿no?

 

 

Saca un libro gigante y lo pone arriba de la mesa. Podríamos estar horas detenidos en la gran cantidad de fotos que tiene, todas muy simples y sentimentales: se ven vidrieras con muñecos, maniquíes, figuras religiosas o peluches, carteles de negocios hechos a mano y de décadas pasadas, canteros de flores improvisados en la vereda y paisajes ruteros de la pampa húmeda. Hay fotos de Rosario y de ciudades como Buenos Aires y Montevideo. Cada una de ellas está acompañada de una cita que puede ser de un amigo suyo, de Ronald Reagan o Silvina Ocampo. La foto del lunes salió en el 2015 y se financió colectivamente por medio de crowdfunding, en una plataforma web donde se publican proyectos y los interesados ponen la cantidad que quieren o pueden.

—Veía las fotos que sacaba y encontraba que algunas eran muy raras, ridículas diría yo; había algo de humor en ellas. Las separaba y como chiste las subía al Facebook con una frase, lo hice durante cinco años. Cuando no daba más, junté la guita e hice el libro, el día que salió a la calle dejé de subir fotos a la web. A veces digo que La foto de los lunes es el hijo bobo de El centro, muchas fotos son detalles de los lugares que retraté ahí.

 

—¿Fotografiás desde el afecto?

 —Sí. Me gusta saber la historia del otro, preguntarle por ella. El dueño de la peletería Federicoretratada enEl centro— me mostró los suvenires que todos los años le hacían a las clientas; eran suvenires muy especiales diseñados por artistas.Una vez hicieronuna nutria a la que le sacás la cabeza y adentrole ponés el encendedor. El tipo me regaló una,esa vez casi lloré, todavía lo tengo.

—¿Investigás el pasado o el presente al retratar lugares “anclados en el tiempo”?

 —Algo del pasado que vive ahora,es un viaje en el tiempo. El centrono fue algo consciente. Fue una afinidad que sucedió.Al principio todo era una paleta de colores que me llamó la atención.

—Contanos de esos colores.

 —Hay un amarillo medio patito, un rosadito y un celeste que solo están en esos lugares. Me acuerdo de ir por ahí, ver esa paleta y pensar que el lugar era interesante. La paleta era el primer llamado.

—En tus fotos hay poca figura humana, pero lo humano está muy expresado a través de los objetos. No es decorativo lo que hacés, pareciera más bien arqueológico. La construcción de una identidad a partir de las cosas.

 —En El centro quería mostrar climas, atmósferas.

 —En tus fotos hay mucho lugar para que el observador termine de crear la escena.

 —En mis fotos puede estar por pasar algo todo el tiempo. La escena es de noche, la luz no está prendida, alguien no está y va a aparecer. Hay un fuera de campo permanente que te hace pensar quécosa sucede en ese lugar, qué pasa más allá de la foto en sí.

—La crónica periodística está de moda, hay una tendencia a contar personajes rimbombantes o historias explosivas. Y está el riesgo de caer en una narrativa del impacto, la acción a lo Hollywood. Y en Argentina tenemos una tradición de la contemplación, del estar simplemente. No creo que los alemanes tengan esta cuestión de hacer fiaca. Hay una riqueza en la contemplación sin que suceda algo grandilocuente. Creo que tu mirada sale de la acción.

 —Sí, la acción sería más efectiva para las redes sociales, pero una va donde le tira el cuore.

—Volvamos a tu interés por los objetos…

—Pertenezco a una generación bisagra entrelo analógico y lo digital, antes las cosas eran más físicas: si querías sacar fotos necesitabas un rollo, si querías anotar necesitabas un cuaderno. Me pongo a pensar sobre la generación digital y dónde van a estar sus memorias, las huellas de su pasado. No puedo creer que cada vez dejemos menos huellas. A una amiga le afanaron la computadora y perdió quince años de laburo, fotos y memoria.

—La misma vida cotidiana te hace sentir que no podés correrte mucho de las imposiciones tecnológicas. ¿Qué hacés sin WhatsApp?

—Ya no se pueden guardar muchas cosas porque las casas son cada vez más chicas. ¿Pero qué vas a guardar? ¿Computadoras con conversaciones de WhatsApp?

—¿Te pusiste a laburar con algo en relación a eso? ¿En qué andás ahora?

 —Estoy obsesionada con los archivos de la gente. Me interesa la idea de crear un espacio que aloje y cuide archivos personales. Estoy muy metida en el archivo de mi viejo. Él era médico, fotógrafo aficionado, le gustaba mucho la política así que recortaba, ordenaba y guardaba muchos artículos. Tenía enciclopedias, libros, colecciones enteras de revistas. Guardaba también muchos objetos, tenía por ejemplo todos los tickets de tranvía que se tomaba cuando iba de la facultad a la pensión cuando era estudiante.

—¿Cuándo empezó ese trabajo?

 —Un día me di cuenta de que si desaparecía de este mundo quedaban pocas cosas mías, y pensé que podía saber muchas cosas de mi viejo sin que él esté porque están sus objetos.

—Hoy el registro narrativo cotidiano, como lo eran las anotaciones en diarios íntimos, se hace desde las redes. Facebook, Instagram y muchísimas otras.

 —Pero esas redes van a desaparecer.

—¿Tenés referentes en la ciudad?

 —Rosario está lleno de excelentes fotógrafas y fotógrafos. Si tengo que dar nombre te digo Andrea Ostera. También hay colegas y amigas que quiero mucho: Gabriela Muzzio, Cecilia Lenardón, María Crosetti, lo femenino está muy fuerte acá en fotografía. Puedo nombrar también a los amigos fotorreporteros con los que di mis primeros pasos.

—¿Ves a tus fotos dentro de una tradición?

 —Si se quiere estoy enmarcada en lo que se llama street photography, la fotografía callejera, en los sesenta en Estados Unidos hubo un boom de eso.

—¿Acá en Rosario no se hizo?

 —Ahora con los celulares en un punto todos hacemos fotografía callejera, pero no hubo mucha gente que puntualmente haga eso… Patricio Carroggio, un colega de la ciudad, hace fotografía callejera, acaba de sacar su libro Vereda en la misma colección que editó El Centro.

—¿Qué estás mirando?

 —Algo estoy mirando, pero todavía no lo ordené en la cabeza; las fotos están ahí y un día entendés que hablan entre ellas, por ahí te lleva años llegar a ese momento.Ahoratengo las páginas de Instagram @Gente_bondi,donde subo retratos espontáneos que le hago a la gente en el bondi, y laburo también un registro de calle San Luis, @Igercallesanluis, donde además suben fotos otras personas, la idea es que colabore el que quiera con sus fotos.

 

 

Scheitlin saca su celular y nos muestra sus cuentas de Instagram. Ampliamos una foto de una señora en un colectivo: resulta que justo damos con un retrato de su mamá. Vemos luego detallesde calle San Luis. Tanto el techo de una galería como una pila de cajas de zapatos parecen pertenecer a un mundo de película, no al paisaje de la ciudad que caminamos todos los días.

—¿Sabés dónde es? San Luis y Mitre. Ese techo es hermoso, mirá lo que es. La tengo en analógica también a esa foto, la hice como ochenta veces.

—¿Las fotos que sacás las subís a las redes automáticamente?

 —Las que saco en el bondi y en calle San Luis, no. Pero las otras fotos que saco, si me interesan, las subo a mi Instagram en el momento. Antes usaba Facebook, ahí subía “La foto de los lunes”, y mucho antesusaba Flicker, por eso los de la Editorial Municipal vieron mi laburo y sacaron el libro El centro.

—Te asumís como parte de una generación bisagra entre lo analógico y lo digital, y te movés con soltura en ambos lugares. Atesorás objetos al tiempo que le das uso a las redes sociales y sus posibilidades.

—Soy hija de las redes, me las arreglé para usarlas y divertirme mucho, conocí un montón de gente y mostré mi laburo, en ese sentido estoy muy agradecida.

 

 

Las imágenes que acompañan la nota son del libro de Scheitlin, “El Centro”, y fueron editadas por su autora en blanco y negro especialmente para esta nota.